Srta. Gisela
Lengua
// Primera entrega de agosto del 03/08 al 17/08
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4°- Seño Gisela
Esta
actividad se realiza en el cuadernillo de Lengua o carpeta, se pone la fecha,
nombre y el título. Puede ser necesario
el acompañamiento de un adulto. Una vez
realizada se envía al correo: cuartoescuela21de14@gmail.com(Coloquen el nombre a la foto que envían).
1)
Escuchar el siguiente
cuento, El loro Pelado (Famosa
historia de Horacio Quiroga perteneciente al libro "Cuentos de la
selva"). Entra a este enlace para escuchar el cuento contado por
una narradora: https://youtu.be/Oz3wxCUeQLc
.
2)
Aquí abajo tenés el
texto para leer varias veces (mínimo dos) y pegarlo en la carpeta. Recordá que
podes leer varias veces para mejorar la lectura de textos y compresión, también puede acompañarte un adulto compartiendo
la lectura.
Había
una vez una bandada de loros que vivía en el monte. De
mañana temprano iban a comer choclos a la chacra, y de tarde comían naranjas.
Hacían gran barullo con sus gritos, y tenían siempre un loro de centinela en
los árboles más altos, para ver si venía alguien. Los
loros son tan dañinos como la langosta, porque abren los choclos para
picotearlos, los cuales, después se pudren con la lluvia. Y como al mismo
tiempo los loros son ricos para comerlos guisados, los peones los cazaban a
tiros. Un
día un hombre bajó de un tiro a un loro centinela, el que cayó herido y peleó
un buen rato antes de dejarse agarrar. El peón lo llevó a la casa, para los
hijos del patrón; los chicos lo curaron porque no tenía más que un ala rota.
El loro se curó muy bien, y se amansó completamente. Se llamaba Pedrito.
Aprendió a dar la pata; le gustaba estar en el hombro de las personas y les
hacía cosquillas en la oreja. Vivía
suelto, y pasaba casi todo el día en los naranjos y eucaliptos del jardín. Le
gustaba también burlarse de las gallinas. A las cuatro o cinco de la tarde,
que era la hora en que tomaban el té en la casa, el loro entraba también
en el comedor, y se subía por el mantel, a comer pan mojado en leche. Tenía
locura por el té con leche. Tanto
se daba Pedrito con los chicos, y tantas cosas le decían las criaturas, que
el loro aprendió a hablar. Decía:
"¡Buen día, lorito! ¡Rica la papa!¡Papa para Pedrito!..." Decía
otras cosas más que no se pueden decir, porque los loros, como los chicos, aprenden
con gran facilidad malas palabras. Era,
como se ve, un loro bien feliz, que además de ser libre, como lo desean todos
los pájaros, tenía también, como las personas ricas, su five o clock
tea. Ahora
bien: en medio de esta felicidad, sucedió que una tarde de lluvia salió por
fin el sol después de cinco días de temporal, y Pedrito se puso a volar
gritando: —¡Qué lindo día, lorito!... ¡Rica, papa!... ¡La pata, Pedrito!... y
volaba lejos, hasta que vio debajo de él, muy abajo, el río Paraná, que parecía
una lejana y ancha cinta blanca. Y siguió, siguió volando, hasta que se
asentó por fin en un árbol a descansar. Y
he aquí que de pronto vio brillar en el suelo, a través de las ramas, dos
luces verdes, como enormes bichos de luz. —
¿Qué será? —Se dijo el loro— “¡Rica, papa!”... “¿Qué será eso?”... “¡Buen
día, Pedrito!”... El
loro hablaba siempre así, como todos los loros, mezclando las palabras sin
ton ni son, y a veces costaba entenderlo. Y como era muy curioso, fue bajando
de rama en rama, hasta acercarse. Entonces vio que aquellas dos luces
verdes eran los ojos de un tigre que estaba agachado, mirándolo
fijamente. Pero
Pedrito estaba tan contento con el lindo día, que no tuvo ningún miedo. —
¡Buen día, tigre! —le dijo— “¡La pata, Pedrito!”... Y
el tigre, con esa voz terriblemente ronca que tiene, le respondió: —
¡Buen día! —
¡Buen día, tigre! —repitió el loro—. ¡Rica, papa!... ¡rica, papa!... ¡rica
papa!... Y
decía tantas veces "¡rica papa!" porque ya eran las cuatro de la
tarde, y tenía muchas ganas de tomar té con leche. El loro se había olvidado
de que los bichos del monte no toman té con leche, y por esto lo convidó al
tigre. —
¡Rico té con leche! —le dijo—. “¡Buen día, Pedrito!”... ¿Quieres tomar té con
leche conmigo, amigo tigre? Pero
el tigre se puso furioso porque creyó que el loro se reía de él, y además,
como tenía a su vez hambre, se quiso comer al pájaro hablador. Así que le
contestó: —
¡Bue-no! ¡Acérca-te un po-co que soy sor-do! El
tigre no era sordo; lo que quería era que Pedrito se acercara mucho para
agarrarlo de un zarpazo. Pero el loro no pensaba sino en el gusto que
tendrían en la casa cuando él se presentara a tomar té con leche con aquel
magnífico amigo. Y voló hasta otra rama más cerca del suelo. —
¡Rica, papa, en casa! —repitió gritando cuanto podía. —
¡Más cer-ca! ¡No oi-go! —respondió el tigre con su voz ronca. El
loro se acercó un poco más y dijo: —
¡Rico, té con leche! —
¡Más cer-ca toda-vía! —repitió el tigre. El
pobre loro se acercó aún más, y en ese momento el tigre dio un terrible
salto, tan alto como una casa, y alcanzó con la punta de las uñas a
Pedrito. No alcanzó a matarlo, pero le arrancó todas las plumas del
lomo y la cola entera. No le quedó una sola pluma en la cola. —
¡Tomá!—rugió el tigre—. Andá a tomar té con leche... El
loro, gritando de dolor y de miedo, se fue volando, pero no podía volar bien,
porque le faltaba la cola, que es como el timón de los pájaros. Volaba
cayéndose en el aire de un lado para otro, y todos los pájaros que lo
encontraban se alejaban asustados de aquel bicho raro. Por
fin pudo llegar a la casa, y lo primero que hizo fue mirarse en el espejo de
la cocinera. ¡Pobre, Pedrito! Era el pájaro más raro y más feo que puede
darse, todo pelado, todo rabón y temblando de frío. ¿Cómo iba a presentarse
en el comedor con esa figura? Voló entonces hasta el hueco que había en el
tronco de un eucalipto y que era como una cueva, y se escondió en el fondo,
tiritando de frío y de vergüenza. Pero entretanto, en el comedor todos
extrañaban su ausencia: —
¿Dónde estará Pedrito? —decían. Y llamaban—: ¡Pedrito! ¡Rica, papa, Pedrito!
¡Té con leche, Pedrito! Pero
Pedrito no se movía de su cueva, ni respondía nada, mudo y quieto. Lo
buscaron por todas partes, pero el loro no apareció. Todos creyeron entonces
que Pedrito había muerto, y los chicos se echaron a llorar. Pero
Pedrito no había muerto, sino que continuaba en su cueva sin dejarse ver por
nadie, porque sentía mucha vergüenza de verse pelado como un ratón. De noche
bajaba a comer y subía en seguida. De madrugada descendía de nuevo, muy
ligero, iba a mirarse en el espejo de la cocinera, siempre muy triste porque
las plumas tardaban mucho en crecer. Hasta
que por fin un día, o una tarde, la familia sentada a la mesa a la hora del
té vio entrar a Pedrito muy tranquilo, balanceándose como si nada hubiera
pasado. Todos se querían morir, morir de gusto cuando lo vieron bien vivo y
con lindísimas plumas. —
¡Pedrito, lorito! —le decían—. ¡Qué te pasó, Pedrito! ¡Qué plumas brillantes
que tiene el lorito! Pero
no sabían que eran plumas nuevas, y Pedrito, muy serio, no decía tampoco una
palabra. No hacia sino comer pan mojado en té con leche. Pero lo que es
hablar, ni una sola palabra. Por
eso, el dueño de casa se sorprendió mucho cuando a la mañana siguiente el
loro fue volando a pararse en su hombro, charlando como un loco. En dos
minutos le contó lo que le había pasado; un paseo al Paraguay, su encuentro
con el tigre, y lo demás; y concluía cada cuento, cantando: —
¡Ni una pluma en la cola de Pedrito! ¡Ni una pluma! ¡Ni una pluma! Y lo
invitó a ir a cazar al tigre entre los dos. El
dueño de casa, que precisamente iba en ese momento a comprar una piel de
tigre que le hacía falta para la estufa, quedó muy contento de poderla tener
gratis. Y volviendo a entrar en la casa para tomar la escopeta, emprendió
junto con Pedrito el viaje al Paraguay. Convinieron en que cuando Pedrito
viera al tigre, lo distraería charlando, para que el hombre pudiera acercarse
despacito con la escopeta. Y así pasó. El loro, sentado en una rama del
árbol, charlaba y charlaba, mirando al mismo tiempo a todos lados, para ver
si veía al tigre. Y por fin sintió un ruido de ramas partidas, y vio de
repente debajo del árbol dos luces verdes fijas en él: eran los ojos del
tigre. Entonces
el loro se puso a gritar: —
¡Lindo día!... ¡Rica, papa!... ¡Rico té con leche!... ¿Quieres té con
leche?... El
tigre enojadísimo al reconocer a aquel loro pelado que él creía haber muerto,
y que tenía otra vez lindísimas plumas, juró que esta vez no se le escaparía,
y de sus ojos brotaron dos rayos de ira cuando respondió con su voz
ronca: —
¡Acer-cá-te más! ¡Soy sor-do! El
loro voló a otra rama más próxima, siempre charlando: —
¡Rico, pan con leche!... ¡ESTÁ AL PIE DE ESTE ÁRBOL!... Al
oír estas últimas palabras, el tigre lanzó un rugido y se levantó de un
salto. —
¿Con quién estás hablando? —rugió—. ¿A quién le has dicho que estoy al pie de
este árbol? —
¡A nadie, a nadie! —gritó el loro—. ¡Buen día, Pedrito!... ¡La pata,
lorito!.. Y
seguía charlando y saltando de rama en rama, y acercándose. Pero él había
dicho: está al pie de este árbol, para avisarle al hombre, que se iba
arrimando bien agachado y con escopeta al hombro. Y
llegó un momento en que el loro no pudo acercarse más, porque si no, caía en
la boca del tigre, y entonces gritó: —
¡Rica, papa!... ¡ATENCIÓN! —
¡Más cer-ca aún!—rugió el tigre, agachándose para saltar. —
¡Rico, té con leche!... ¡CUIDADO, VA A SALTAR! Y
el tigre saltó, en efecto. Dio un enorme salto, que el loro evitó lanzándose
al mismo tiempo como una flecha en el aire. Pero también en ese mismo
instante el hombre, apretó el gatillo, y nueve balines del tamaño de un
garbanzo cada uno entraron como un rayo en el corazón del tigre, que
lanzando un rugido que hizo temblar el monte entero, cayó muerto. Pero
el loro, ¡qué gritos de alegría daba! ¡Estaba loco de contento, porque
se había vengado — ¡y bien vengado!— del feísimo animal que le había sacado
las plumas! El
hombre estaba también muy contento, porque matar a un tigre es cosa difícil,
y, además, tenía la piel para la estufa del comedor. Cuando
llegaron a la casa, todos supieron por qué Pedrito había estado tanto tiempo
oculto en el hueco del árbol, y todos lo felicitaron por la hazaña que había
hecho. Vivieron
en adelante muy contentos. Pero el loro no se olvidaba de lo que le había
hecho el tigre, y todas las tardes, cuando entraba en el comedor para tomar
el té se acercaba siempre a la piel del tigre, tendida delante de la estufa,
y lo invitaba a tomar té con leche. —
¡Rica, papa!... —le decía—. ¿Quieres té con leche?... ¡La papa para el
tigre!... Y todos se
morían de risa. Y Pedrito también. |
3) Luego
de leer o escuchar el cuento realiza las siguientes actividades:
a)
Estos son algunos momentos importantes
del cuento. Ordénalos escribiendo junto
a cada oración los números del 1 al 5. Lee en voz alta cada oración.
ü Un loro es herido de un
disparo por un peón……
ü El tigre ataca al loro y le
arranca las plumas….
ü El loro y el patrón matan al
tigre.....
ü Unos niños curan al loro y lo
adoptan como su mascota….
ü Un día el loro pasea por la
selva y se encuentra con un tigre….
b)
Escribe qué sucede en esta
imagen (Sería correcto localizar y copiar el
fragmento del
cuento que corresponde a la imagen; también es correcto expresar a qué
momento del cuento refiere la imagen con palabras propias).
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c)
Relee el siguiente
fragmento del cuento:
“...los chicos lo curaron porque no tenía más que un
ala rota. El loro se curó muy bien, y se amansó completamente. Se llamaba
Pedrito. Aprendió a dar la pata; le gustaba estar en el hombro
de las personas y les hacía cosquillas en la oreja. Vivía suelto, y pasaba casi todo el día en los naranjos
y eucaliptos del jardín. Le gustaba también burlarse de las gallinas. A las
cuatro o cinco de la tarde, que era la hora en que tomaban el té
en la casa, el loro entraba también en el comedor, y se subía por el mantel,
a comer pan mojado en leche. Tenía locura por el té con leche. Tanto se daba Pedrito con los chicos, y tantas cosas le
decían las criaturas, que el loro aprendió a hablar. Decía: "¡Buen día, lorito! ¡Rica la papa! ¡Papa
para Pedrito!..." Decía otras cosas más que no se pueden decir, porque
los loros, como los chicos, aprenden con gran facilidad malas palabras. Era, como se ve, un loro bien feliz, que además de ser
libre, como lo desean todos los pájaros, tenía también, como
las personas ricas, su five o clock tea.” |
·
Explica por qué
Pedrito era, como se dice en el cuento, un loro bien feliz (Si fuera necesario busquen en el texto varios ejemplos de
las cosas que Pedrito disfrutaba o lo hacían feliz. Con estos elementos podrá
organizarse la respuesta.)
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